Posted in Decimosexta Edición

Decimosexta Edición

Inicio / Decimoquinta Edición / La fe para dudar: el rol de la duda en la vocación del teólogo

La fe para dudar: el rol de la duda en la vocación del teólogo

La fe para dudar: el rol de la duda 

en la vocación del teólogo

Christopher M. Hays, PhD.

Posdoctorado, British Academy. Doctorado en Nuevo Testamento, Universidad de Oxford. Licenciado en idiomas antiguos, magíster en estudios teológicos y en exégesis bíblica, Wheaton College. Profesor titular de Nuevo Testamento en la FUSBC desde el año 2014 y Associate Fellow of the Center for Enterprise, Markets and Ethics (Miembro asociado del Centro para emprendimiento, mercado y ética).

Introducción

En agosto del año 2000, tomé un avión para ir a la universidad y estudiar la Biblia, a la tierna edad de 16 años, cuando solo tenía que afeitarme si acaso una vez por semana. Yo era un evangélico de pura cepa: participaba con inmaculada regularidad en la escuela dominical, los clubes bíblicos, los campamentos cristianos, las capacitaciones en apologética, los viajes misioneros. Cantaba en el coro y era miembro del grupo de teatro de la iglesia. Como resultado de toda esta formación cristiana, yo imaginaba que poseía una concepción sólida y clara sobre quién es Dios y qué es la verdad.

Naturalmente, yo habría dicho, con la debida humildad, que siempre hay más que aprender; por tal razón fui a la universidad a estudiar la Biblia. Sin embargo, mi suposición tácita era que saldría de mis estudios teológicos pensando más o menos lo mismo que pensaba ese día caluroso del mes de agosto cuando el avioncito me arrebató de la tierra y mi madre me despedía con lágrimas, mientras mi papá impacientemente la arrastraba de vuelta al carro. Parado en el umbral de mi futuro, suponía que mis estudios profundizarían mi conocimiento de Dios, pero nunca me penetró en el coco la posibilidad de que mi teología se tendría que transformar.

Mis ilusiones no duraron mucho tiempo. Al aterrizar en Chicago, recogí mi maleta y me subí en una camioneta con otros nuevos estudiantes, y justo en esa camioneta alguien me preguntó si yo era calvinista o arminiano… Y yo no tenía ni idea de cómo contestar esa pregunta. Cuando la persona me habló de Calvino, yo pensé en el gringuito malcriado que andaba por todos lados con su tigre de peluche, y no en el anciano erudito europeo.

Es más, resistí la sugerencia de que mi falta de conocimiento de Calvino fuera una deficiencia teológica, y aquella resistencia debía haber sido mi primera indicación de que el camino por delante sería bien pedregoso, ya que una de las cualidades más necesarias para un buen teólogo es una fuerte capacidad para dudar de sí mismo.

La teología apofática y la necesidad de una duda cristiana permanente

En un sermón predicado hace 1600 años, San Agustín dijo, Si comprehendis, non est Deus (Augustín, Serm. 117.4), “Si lo entiendes, no es Dios”. Agustín le advirtió a su congregación así porque él entendía que el Dios cristiano trasciende nuestro conocimiento, de modo que cualquier cosa que comprendemos de Dios en el mejor de los casos será una caricatura, una reducción, una astilla parcial de la verdad completa de cómo es Dios en sí mismo.

La Biblia es explícita cuando habla de la insuficiencia de nuestros cerebros para captar la mente divina. Dios dijo al profeta Isaías: “Mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” (Is 55:8-9). En la misma línea, el apóstol Pablo celebró: “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! ¿Quién ha conocido la mente del Señor…?” (Ro 11:33-34). La mente de Dios hace explotar nuestras categorías. Para Pablo esta realidad no es causa de desesperanza ni de nihilismo; al contrario, para el apóstol la trascendencia divina es causa de doxología, de glorificar al Señor porque un Dios así de infinito lo deja atónito, boquiabierto, maravillado y adorando.

Ahora bien, la transcendente infinitud de Jehová no imposibilita todo conocimiento de Dios, porque el Señor se complace en revelarse a nosotros. Pero nuestro conocimiento parcial de la infinitud sublime de Dios nos debe inyectar una fuerte dosis de humildad intelectual, ya que cualquier verdad que comprendemos solo será un pedacito de la ilimitada realidad divina que Dios nos regaló, a sabiendas de que nuestras mentes flojitas apenas captarán un trocito del abrumador e inefable misterio que es Jehová.

Por esta razón, desde la época patrística, la Iglesia ha manejado una teología “apofática”. Este adjetivo “apofático” viene de la palabra griega ἀπόφασις, que quiere decir “negación”. La teología apofática nos enseña a reconocer las imprecisiones en nuestras comprensiones de Dios, a sabiendas de que el lenguaje humano no es del todo adecuado para describir completamente a Dios. De manera que la teología apofática, en busca de una comprensión más profunda, procura siempre negar algo de nuestras afirmaciones sobre Dios. Por ejemplo, cuando el Antiguo Testamento dice que Dios rescató a Israel con su mano derecha justa, la teología apofática dice, “Sí, aunque Dios no tiene una mano derecha como las que tenemos nosotros”. Y cuando la Biblia habla de la ira de Dios, la teología apofática nos recuerda, “Sí, pero la ira de Dios no es idéntica a nuestra ira humana”. Y cuando la Biblia habla de la justicia de Dios, la teología apofática dice, “Sí, pero aun la concepción de justicia de Dios transciende nuestra concepción de justicia”.

Es más, como dijo el teólogo ortodoxo ruso Sergei Bulgakov, cuando decimos que Dios es, que Dios existe, la teología apofática nos recuerda, “Sí, pero el sentido en el que Dios existe no es como nosotros somos y existimos y entendemos la existencia, porque la manera como el Dios eterno e inmaterial e ilimitado e invisible e infinito existe, trasciende cada categoría que los seres finitos, temporales, visibles y materiales pueden concebir para hablar de la existencia”.  Por tal razón, Bulgakov describe a Dios como el gran “No es”, no porque Bulgakov niegue la realidad de Dios, sino porque él entendía que nuestros conceptos de existencia empobrecen y desjarretan nuestra imaginación de cómo Dios de veras existe. Si comprehendis, non est Deus.

Entonces, si no soy capaz de ver las vulnerabilidades en mis formulaciones teológicas, pues, mi fe tiene un problema. Una fe incapaz de ver sus propias insuficiencias y limitaciones no es una fe que honra a Dios. Más bien, tal fe sufre de un glaucoma teológico progresivo y va encaminada hacia el estancamiento espiritual y el empequeñecimiento del divino Infinito.

El antídoto para esta forma de dogmatismo poco auto reflexivo es la santa duda cristiana. Hace ocho días hablé de la “duda cristiana” en el sentido de dudar de la existencia o bondad de Dios. Pero esta mañana me refiero a la duda cristiana en el sentido de una humildad epistémica, una curiosidad piadosa e insaciable para descubrir más del Dios inagotable. La teóloga requiere de este tipo de duda santa; requiere de la fe para dudar.

La responsabilidad de dudar de los demás

    Uno de los compromisos célebres de la Reforma Protestante es la convicción de que las tradiciones humanas no son inspiradas (por mucho que sí pueden transmitir verdades reveladas y nutrir su florecimiento). Cada perspectiva teológica se tiene que evaluar a la luz de las Escrituras y de la razón. Esta convicción causó un terremoto de una magnitud casi inmensurable en la historia occidental en 1521, en la Dieta de Worms, cuando Martín Lutero se negó a retractarse de sus enseñanzas, rechazando así una orden directa del Emperador del Sacro Imperio Romano. Él declaró:

Si no se me convence mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón —ya que no confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. Dios me ayude, ¡amén!

Así dijo Martín Lutero. Entonces, seminaristas, si se encuentran dudando de sus ideas previas, ánimo y felicitaciones; están en buena compañía.

La Biblia también recalca la importancia de dudar de los mensajes de otras personas que pretenden proclamar la voluntad de Dios. Piensen en el profeta Jeremías. Pobre, infeliz y miserable Jeremías. En el capítulo 27 del libro que lleva su nombre, Dios le ordena a Jeremías tallar un yugo y ponérselo para subir al palacio e informarle al rey Sedequías que debe someterse al yugo del imperio de Babilonia, postrándose ante el potentado pagano y sirviéndole como un buey sirve a su amo.

No les sorprenderá escuchar que el mensaje de Jeremías no fue bien recibido, ni por el monarca, ni por los demás miembros del palacio, ni por los sacerdotes, ni por los demás profetas que servían a Sedequías. De manera que un profeta de nombre Jananías enfrenta a Jeremías en el templo. Jeremías todavía está cargando su yugo como un asno bípedo, y ante los ojos de los sacerdotes y de todo el pueblo, Jananías proclama que Dios había cambiado de opinión, y había decidido librar al pueblo del yugo de Babilonia (Jer 28:1-4).

En principio, tal cosa no era imposible; a veces en la Biblia Dios ajusta sus planes y cronogramas, y entonces, parece que Jeremías no está totalmente seguro si debe creer al mensaje de Jananías o no. Jeremías responde tentativamente, “Pues, sería genial ser liberado de Babilonia, pero tendremos que esperar a ver qué pasa para saber si Jananías tiene la razón”. Acto seguido, Jananías se le acerca a Jeremías y le arranca el yugo de sus hombres, y lo hace añicos. Y ante el humillado Jeremías, el profeta Jananías le dice, “Dentro de dos años, Dios quebrará el yugo de los babilonios, tal cual. Cuenta con ello. Así dice el Señor” (Jer. 28:5-11).

Cabizbajo, Jeremías sale del Templo, y de pronto su autoconfianza estaba peligrosamente herida. Jananías era un profeta también… tal vez él tenía la razón… Jehová sí es un Dios misericordioso. ¿De veras era sabio insistir en un mensaje de destrucción, cuando el rey y los gobernantes y los sacerdotes y los demás profetas estaban en su contra? ¿Quién era Jeremías para dudar de tantas otras autoridades?

¿Acaso te has sentido así?

Pues, a pesar de no ser popular, Jeremías sí tenía la razón. Pronto Dios le habló de nuevo a Jeremías, redoblando su profecía original de destrucción, y además agregando que le quitaría la vida a Jananías, por ser un profeta falso. Y en menos de dos meses, el cuerpo de Jananías se había convertido en comida para gusanos (Jer. 28:12-17). Jeremías dudó ante las demás autoridades religiosas de su contexto, aunque tenía la razón.

De pronto, con el beneficio de la mirada retrospectiva, nos parece obvio que él tenía la razón. Pero en el momento de confrontar la oposición y la burla de sus coetáneos, dudo que todo eso le fuera obvio a Jeremías.

No todos los profetas del Antiguo Testamento eran capaces de persistir en lo que creían. Consideremos 1Reyes 13. En esta narración, Dios manda a un profeta (que llamaré Milton) a ir de Judá a Betel y pronunciar un juicio contra el altar que estaba allí, y volver directamente a Judá sin pausa, ni siquiera para comer o descansar o tomarse selfis con cara de pato ante las ruinas de Jericó. Milton obedece, va a Betel y la confrontación es un éxito total. Milton proclama su mensaje ante el rey mismo, y cuando el monarca levanta su mano contra Milton, el profeta del Señor, en seguida se le marchita su mano real y además con un golpe invisible Dios parte al altar en dos, de modo que sus cenizas se derraman ante los pies de Milton en una nube dramática de polvo, calor y juicio.

Hasta allí, todo bien. Pero cuando Milton comienza su regreso a Judá, le sale al encuentro otro profeta (lo llamaré David) quien se había enterado de lo que Milton acaba de hacer en Betel. David invita a Milton a almorzar. Milton dice, “Qué pena, pero Dios me dijo que tengo que ir directamente a casa”, pero David, de modo poco escrupuloso, responde, “No, tranquilo, Dios me dijo que está bien que comas conmigo”. Bueno, el profeta Milton comete el error de confiar en el profeta David (ya que David tenía fama de ser un profeta real) y Milton acepta la invitación a almorzar. Como resultado de haber violado el mandato de Dios, después del almuerzo ¡Milton es atacado por un león y muere degollado por la bestia salvaje! El profeta Milton debía haber confiado en lo que Dios le había dicho, y por extensión debía haber dudado del profeta David.

Lo que quiero comunicar con estos dos ejemplos bíblicos es que ustedes, teólogos, tienen que asumir la responsabilidad de su propia teología. Ustedes no son profetas (en su mayoría), pero de todos modos tienen una obligación de ser fieles a lo que Dios les dice por medio de su propio estudio y el ejercicio de su propia razón. Parte de esta fidelidad a lo que Dios les va enseñando es la valentía de dudar de las perspectivas de otras personas, aun de personas de mayor estatus y autoridad. La historia, la experiencia y la misma Biblia nos han mostrado una y otra vez que aun personas bien intencionadas y genuinamente convencidas, a veces proclaman falsedades en nombre de Dios, de modo que ustedes no pueden darse el lujo de seguirlas a ciegas.

Esta es una institución universitaria; ustedes cuentan con el derecho y la obligación de pensar libremente, y de dudar de lo que han aprendido previamente y de lo que escuchan de nosotros. Duden de lo que yo les digo. Duden del Dr. Acosta. Duden del Dr. Baer. Luchen con y contra nosotros, discrepen de nosotros…muy posiblemente ampliarán nuestras perspectivas o cambiarán nuestras opiniones. ¡Cielos! No olviden que Moisés discrepó y argumentó con Dios mismo en Éxodo 32, y ganó el argumento, de modo que Dios mismo cambió de opinión (Ex. 32:14).

Ahora, antes de avanzar más, quiero hacer una advertencia importante: el tipo de exploración y diálogo libre que debe marcar tu experiencia en el seminario no se puede trasplantar descuidadamente al ministerio. Les animo a vociferar sus dudas aquí en el seminario, porque esta debe ser una comunidad segura para explorar nuevas ideas, siempre con el apoyo y potencial rescate de los demás miembros de la comunidad. Pero durante sus primeros años fuera del seminario, sería irresponsable vociferar sus dudas sin la debida ponderación. Eso podría dañar la fe de los que no gozan de la formación hermenéutica que ustedes tienen, y, lastimosamente, podría generar inquietudes en las mentes de personas con influencia sobre sus trayectorias profesionales. Y no sobra recalcar que todavía habrá mucho que ustedes tienen que aprender de ellos también.

El buen teólogo indudablemente necesita disposición para aprender de los demás. No obstante, también necesita disposición para dudar de los demás. No hay que negar una afirmación para concordar con la otra.

Ahora, antes de continuar mi argumento sobre la importancia de dudar de los demás y confiar más en su propia razón, imagino que algunos de ustedes están pensando en un contraargumento bíblico. A decir verdad, intenté sembrar un contraargumento en sus mentes en el primer sermón de esta serie, cuando cité el comentario de Fyodor Dostoevsky, “No es como un niño que creo y confieso a Cristo Jesús. Mi hosana nace en la forja de la duda”.

¿La fe como la de los niños?

Quizás algunos de nosotros estemos pensando, “¿No dice Jesús que debemos tener fe como la de los niños?”

Pues, no. La Biblia nunca dice tal cosa. Pero imaginamos que Jesús quería decir algo así cuando declaró, en Mateo 18:3, “Les aseguro que, a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos”.

Este versículo popularmente se entiende como una exhortación a una fe como la de los niños, que supuestamente son abiertos, inocentes y abrazan las verdades que sus padres les comunican. De la misma manera, suponemos que debemos simplemente creer todo lo que se nos enseña. No debemos dudar, no debemos discrepar, no nos debe faltar la fe. En mi niñez, cantábamos un coro que decía, “Trust and obey for there’s no other way to be happy in Jesus than to trust and obey.” En español se conoce el coro así: “Obedecer, cumple a vuestro deber; si queréis ser felices, debéis obedecer”.

Es más o menos en este sentido que entendemos Mateo 18. Pero esta interpretación malentiende al Evangelista de manera que manifiesta una combinación de (a) el anti-intelectualismo de la piedad evangélica y (b) el énfasis protestante en la fe (una virtud que pasamos de contrabando en este pasaje a pesar de que nunca menciona la fe). Es más, esta lectura desconoce la cavernosa brecha cultural entre nosotros y el judaísmo del primer siglo. En nuestra cultura evangélica, los niños por lo general son el centro de la vida familiar, nuestras princesitas y principitos. Pero en la época de Jesús, se honraba al anciano, y el niño ocupaba el último peldaño de la escala social, su estatus era menor que el del esclavo. Cuando Jesús enfoca su atención en un niño y lo lleva a su regazo, es similar a la escena de permitirle a la prostituta besar sus pies o la de extender su mano y tocar a un leproso: evidencia su compromiso de alcanzar a los menos importantes de la sociedad.

Mirando el contexto de la perícopa, no cabe duda de que Mateo 18 se enfoca en dinámicas de poder, no en la disposición mental ingenua de los niños. Jesús está respondiendo a la pregunta de los discípulos, “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, lo cual muestra que el tema a la vista es el estatus social. Además, el v. 4 deja en claro que “volverse como un niño” quiere decir “humillarse como este niño”, porque los niños no eran nada en la sociedad. Para ser grande en el Reino de Dios, hay que ser un Don Nadie en este mundo. El texto nunca dice que hay que tener la fe como la de un niño. Esta noción es una bien intencionada tergiversación de las Escrituras, la cual efectivamente nutre el anti-intelectualismo que ha debilitado al evangelicalismo de las Américas durante décadas.

Hay un solo versículo en el Nuevo Testamento que habla directamente sobre las actividades mentales de los niños, y es Primera de Corintios 14:20, el cual dice, “Hermanos, no sean niños en su modo de pensar. Sean niños en cuanto a la malicia, pero adultos en su modo de pensar.” Teólogo, no debes ser ingenuo como un niño y creer cualquier cosa. Debes dudar. “Pero, profe”, me responderás, “Si dudamos de los demás, ¿no caemos en el vicio de la arrogancia?”

Pues, no necesariamente. El pensamiento crítico, la reflexión honesta y seria, no es arrogante en sí. A menos que no la apliques a ti mismo.

La responsabilidad de dudar de mí mismo

Además de dudar de los demás, es vital que el teólogo dude de sí mismo, en el sentido de tener suficiente humildad para reconocer que me puedo equivocar. Entre los evangélicos, la causa más común de descuidar la humildad intelectual es suponer que lo que ya pienso tiene que ser cierto, ya que puedo aducir unos textos bíblicos para apoyar mi perspectiva. Pero típicamente mis interlocutores tienen respaldo bíblico para sus posturas también… una mera cita bíblica no acaba con el debate.

Es más, el Nuevo Testamento está lleno de relatos de personas que tienen evidencia bíblica para apoyar su perspectiva, y sin embargo están equivocadas. Tales personas incluyen los discípulos, los fariseos y, en una ocasión, el diablo mismo. Sin negar lo esencial que es la Biblia en la construcción de nuestra teología, es demasiado fácil cerrar mi mente y mantener una certeza infundada, simplemente aduciendo unos versículos bíblicos a favor de mi perspectiva.

El apóstol Pedro ejemplifica la importancia de reexaminar su propia teología. Hechos 10 narra la visión que Pedro tiene en la azotea de Simón el curtidor, cuando Dios lo exhorta a comer animales inmundos. Inicialmente, Pedro resiste, a sabiendas de que Levítico 11 prohibía comer de tales animales. Pero Dios insiste tres veces que Pedro efectivamente viole la Ley… y, tal vez por razón de haberse equivocado en repetidas ocasiones durante el ministerio de Jesús, Pedro se deja impactar por la palabra perturbadora y aparentemente hereje de su visión (Hch 11:9-16). Acto seguido, llegan mensajeros del centurión Cornelio, los cuales llevan a Pedro a la casa de su comandante. El apóstol, al llegar al hogar seguramente inmundo del centurión gentil, pone al lado su compromiso con la pureza ritual (un compromiso sumamente bíblico) porque, en el transcurso del día anterior, él había llegado a entender que Dios quería subordinar las normas de pureza ritual al bien superior de evangelizar a los gentiles. Entonces, Pedro se queda con Cornelio, compartiendo su mesa inmunda y brindando purificación del alma (Hch 11:17-48). Así se abrió el campo misionero entre los gentiles, cosa que nunca habría sucedido si Pedro no se hubiera atrevido a dudar de lo que él, y todos los judíos de su época, ya “sabían”.

La fe para dudar

De manera que, en términos abstractos, uno quiere imitar la valentía y visión teológica de Pedro. Sin embargo, yo sé que, al darme cuenta de la fragilidad de mi teología, de su susceptibilidad a ser corregida, mi primera reacción es el temor, el temor por sentir que el piso debajo de mis pies se convierte en arena movediza, o aun en olas turbulentas. Pero en las palabras de Tomáš Halík, el teólogo y revolucionario checo, “Los discípulos de Jesús no deben tener miedo de caminar sobre el agua. No deben temer ante el abismo de preguntas que no pasan por ningún puente de respuestas definitivas”.

A pesar de lo paradójico que suena inicialmente, es un error concebir la duda cristiana como si estuviera opuesta a la fe cristiana. La duda puede ser una expresión de la fe, una manifestación del anhelo de ahondar más en la realidad de Dios a pesar de tener que abandonar mis medias verdades con las que estoy familiarizado y mis falsedades con las que estoy cómodo. Emprender tal exploración espiritual requiere de una fe aún más tenaz… requiere de la fe para dudar.

Tomáš Halík recalca que el estudiante de temas divinos nunca acaba con el sondeo de la revelación ni llega al fondo de los misterios divinos. Los teólogos son escépticos profesionales. Aun cuando están completamente anclados en Dios por una fe sincera y ardiente, es su deber ser parte de la cohorte de buscadores.… La fe que es constantemente inquietada por dudas y tiene que luchar con la incredulidad dentro de sí misma no es ninguna fe a medias.

La fe no se debe contrastar con la duda. Si nunca he dudado, solo puedo jactarme de tener una certidumbre dogmática, la cual ha reemplazado el ejercicio de la fe; tal dogmatismo aplomado efectivamente indica que me he desconectado de la búsqueda del Dios infinito, trascendentalmente escondido y abundantemente auto revelador, prefiriendo la imagen reduccionista cómoda y parcialmente falsa que ya poseo en vez de la exploración interminable de Él que es Amor insaciable y Verdad inacabable. La fe más fuerte es la que convive deleitada con la duda, con el impulso perpetuo para penetrar cada vez más en las iluminadoras paradojas del gran No Es.

Así, recuerdo el apotegma de San Agustín: Si comprehendis, non est Deus. La teóloga cristiana cree y duda a la vez; ella es más fuerte porque cohabita con la duda, y ella es más acertada porque no reduce al Dios que trasciende los límites de la mente humana a un ídolo entendible y manejable.

Entonces, mi oración para nosotros, teólogas y teólogos, es la siguiente:

Que el Padre de las luces nos regale una duda santa capaz de iluminar nuestro entendimiento penumbroso, para que no sea dicho de nosotros que, teniendo ojos, no vemos y, teniendo oídos, no oímos.

Que Jesús, cuyas enseñanzas derrumbaban las suposiciones de sus contemporáneos como vino nuevo fermentado en odres endebles, Jesús, quien nos sembró en el mundo como trigo entre cizañas, nos ayude a arrancar de raíz cualquier idea errónea que hasta ahora nos parezca indiscutible.

Que el Espíritu que sopla donde quiere, aunque ni sabemos de dónde viene ni a dónde va, haga nacer en nosotros la audacia sumisa y humildad osada para negar apofáticamente lo que suponemos saber, en aras de vislumbrar más del paradójico Dios trino.

Ahora vemos oscuramente…pero la luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecerán (cf. 1Co 13:12; Jn 1:5).

[la_block id="653"]

Escribe lo que deseas buscar...

Shopping Cart
¿Necesitas ayuda?